lunes, 2 de julio de 2012


Un epitafio para Ibrahim

Por Nairobi Terri Segrera
Foto: Arturo González


Su arquitectura se doblegó, sin consulta previa ni autorización,  ante la parca fastidiosa e irreverente.
A escasos días para sumar un año más a los setenta ya cumplidos murió, en La Habana, Ibrahim Doblado del Rosario, escritor avileño cuyo a pego a sus raíces campesinas le hicieron marcar pauta en la literatura infanto juvenil por su manera tan particular de describir a la naturaleza y el ambiente donde nació y se crió allá en su querida Isla de Turiguanó al norte de Ciego de Ávila.
Muy tardío se supo aquí de su fallecimiento y a muchos les consternó la noticia a pesar de esperarla por su ya endeble figura, marchita tras el paso del tiempo, y la soledad que en los últimos años le acompañaba en la mirada y tal vez, también, en el alma.
Fue Ibrahim un hombre de andar callado y solitario más la cabeza llena de imágenes que luego tradujo en poesías, cuentos y relatos referentes a su Turiguanó querido.  
Pocos escritores alcanzan su estatura literaria. La capacidad de sentir por el terruño natal se trasluce en Relatos de Turiguanó (Premio La Edad de Oro) con el que se presentó ante el mundo para que lo valorara y admirará desde la humilde posición de quien sólo pretende mostrar un camino mejor a las nuevas generaciones de niños y adolescentes cubanos.
Para recordarle siempre quedan obras como: Canto a mi país (1977), El viento sobre las espigas (1981), Cantos de Ocha (1994) y Estampida (2002) entre muchos otros volúmenes donde se describe activo y en excelente forma  como escritor. Textos que le llevaron a merecer múltiples reconocimientos y distinciones entre los que sobresale la Distinción por la Cultura Nacional en el 2006.
Se fue Ibrahim y en ese trance hacia la eternidad deja la impronta de ser por siempre referente obligado en la literatura avileña y cubana en general pues como bien dijera la poetiza Carmen Hernández Peña:
“La obra de Ibrahim es muy valiosa para la literatura cubana porque devela una región del país prácticamente virgen y expone, con esa visión propia de quienes viven rodeados de mar, una  manera diferente de adorar a la naturaleza en toda su magnitud.”
El vacío de su ausencia se sentirá en los pasillos de la UNEAC, en las calles de la Ciudad de los Portales y de su Morón querido, en las tertulias literarias y en cada anaquel de las librerías donde padres y niños buscan nuevos títulos con los que enriquecer el intelecto. Se extrañará también su alta figura y hasta la minerva que casi siempre le acompañaba para aliviarle los dolores cervicales que padecía como consecuencia de su postura para trabajar. Se fue Ibrahim y con él, un amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario