Un
epitafio para Ibrahim
Por
Nairobi Terri Segrera
Foto:
Arturo González

A escasos días para sumar un año más
a los setenta ya cumplidos murió, en La Habana, Ibrahim Doblado del Rosario, escritor
avileño cuyo a pego a sus raíces campesinas le hicieron marcar pauta en la
literatura infanto juvenil por su manera tan particular de describir a la
naturaleza y el ambiente donde nació y se crió allá en su querida Isla de
Turiguanó al norte de Ciego de Ávila.
Muy tardío se supo aquí de su
fallecimiento y a muchos les consternó la noticia a pesar de esperarla por su ya
endeble figura, marchita tras el paso del tiempo, y la soledad que en los
últimos años le acompañaba en la mirada y tal vez, también, en el alma.
Fue Ibrahim un hombre de andar callado
y solitario más la cabeza llena de imágenes que luego tradujo en poesías,
cuentos y relatos referentes a su Turiguanó querido.
Pocos escritores alcanzan su estatura
literaria. La capacidad de sentir por el terruño natal se trasluce en Relatos
de Turiguanó (Premio La Edad
de Oro) con el que se presentó ante el mundo para que lo valorara y admirará
desde la humilde posición de quien sólo pretende mostrar un camino mejor a las
nuevas generaciones de niños y adolescentes cubanos.
Para recordarle siempre quedan obras
como: Canto a mi país (1977), El viento sobre las espigas (1981), Cantos de
Ocha (1994) y Estampida (2002) entre muchos otros volúmenes donde se describe
activo y en excelente forma como
escritor. Textos que le llevaron a merecer múltiples reconocimientos y
distinciones entre los que sobresale la Distinción por la Cultura Nacional en el 2006.
Se fue Ibrahim y en ese trance hacia
la eternidad deja la impronta de ser por siempre referente obligado en la
literatura avileña y cubana en general pues como bien dijera la poetiza Carmen
Hernández Peña:
“La obra de Ibrahim es muy valiosa
para la literatura cubana porque devela una región del país prácticamente virgen
y expone, con esa visión propia de quienes viven rodeados de mar, una manera diferente de adorar a la naturaleza en
toda su magnitud.”
El vacío de su ausencia se sentirá en
los pasillos de la UNEAC,
en las calles de la Ciudad
de los Portales y de su Morón querido, en las tertulias literarias y en cada
anaquel de las librerías donde padres y niños buscan nuevos títulos con los que
enriquecer el intelecto. Se extrañará también su alta figura y hasta la minerva
que casi siempre le acompañaba para aliviarle los dolores cervicales que
padecía como consecuencia de su postura para trabajar. Se fue Ibrahim y con él,
un amigo.
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