Por:
Nayrobi Terri Segrera
Sé
de un grupo de jóvenes a quienes el amor les brota por cada poro de la piel.
Algunos
son estudiantes universitarios, otros vienen del contacto directo con la vida
misma. De esa que se torna en ocasiones difícil hasta atrapar el llanto pero
sin perder las esperanzas de encontrar un rumbo nuevo para continuar.
Conozco
a un grupo de jóvenes, no llegan a los 30 años, con procedencias tan diversas
como el arcoiris que sale cuando llueve, que tiene siete colores pero todos
bien unidos para encantar a quien los ve.
Ellos
son similares y los une la pasión por la rumba. Ese baile genuinamente cubano,
con profundas raíces afrocubanas, que se fomentó en la etapa del colonialismo y
se extendió como la producción azucarera por bateyes y barrios marginales donde
habitaban negros y mestizos. Justamente allí, donde los blancos lo consideraban
un sacrilegio por las características propias del baile donde el hombre seduce
y la mujer se deja conquistar sin ceder su espacio.
Recuerdo
que un día, al pasar cerca de la esquina de calle A y Fernando Callejas en
Ciego de Ávila escuché una música que me atrajo al instante.
¡Ay!
¡Esa cualidad que tenemos los cubanos que al sonar del tambor corremos de
inmediato! Entonces me acerqué y los vi. Bailaban cual si fuera una gran
presentación.
Sonreían
mientras movían los pies haciendo piruetas con movimiento pélvicos muy
exóticos.
Mi
olfato periodístico, aún de principiante, me dijo que allí tendría una buena
noticia.
“Nace
un nuevo proyecto músico – danzario en Ciego de Ávila” me imaginaba escribiendo
el titular, más ¿Cómo se llaman? ¿Por qué la Rumba? Fueron de las preguntas que se me quedaron
colgando en la cabeza y que de manera rudimentaria me explicó de inmediato el
director general de la agrupación Ariel Gallardo. Una mole de carne negra en
bruto a quien las palabras le no le brotan con facilidad pero que sabe muy bien
lo que quiere y hasta donde pretende llegar.
Así
supe que se llaman Rumbávila y que tiene su matríz en los recuerdos de su
abuela materna cuando bailaba “Con dolor no se pue´ bailar”, pieza musical que
la hizo reconocida en el ambiente rumbero avileño del cual compartió hasta su
muerte José Oviedo, más conocido por Malanga.
Corría,
entonces, el mes de Agosto de 2012.
Lo
cierto es que hoy Rumbávila se ubica entre las agrupaciones que más afluencia
de público tiene en cada presentación que realiza y, hasta le llaman
constantemente para convidarlos a que se integren a proyectos culturales de la AHS (Asociación Hermanos Saíz)
y la Brigada José
Martí de Instructores de Arte de la provincia.
No
paran.
Su
plan de actividades es tan apretado que a veces me compadezco de ellos porque,
al igual que el resto del mundo, también tienen responsabilidades que
cumplimentar con el estudio y el trabajo. Agotamiento físico y mental que
desaparece cuando llegan las cinco de la tarde y todos corren para no faltar al
ensayo o a la presentación del día.
No
importa si es lunes, sábado o domingo. No importa si la comunidad es en
Baraguá, Venezuela o es el centro de la ciudad. Lo importante es estar allí
para la gente que les espera y hacerles ver que Rumbávila llegó para quedarse y
formar parte de la historia cultural de esta porción central de Cuba llamada
Ciego de Ávila.
Ahora
para enriquecer el repertorio original de Rumbávila se integró el reconocido
coreógrafo Ron Chávez. A él se deben los montajes de “Misa para un escriba”
dedicado al centenario de Virgilio Piñera y “A ti José Julián” con motivo del
160 aniversario del natalicio del apóstol cubano. Dos piezas que levantaron al
público asistente al Teatro Principal y a la sede provincial de la UNEAC donde tienen su peña
habitual dos domingos al mes.
Hoy
la varilla está más alta, como se dice en el atletismo.
Estos
muchachos conquistaron el corazón de avileños y ahora pretenden conquistar el
de toda la isla y lo lograrán, no sólo porque se lo merecen sino por el sudor
que cada día dejan sobre el asfalto o el piso de granitos con su danzar
poniéndole la piel de gallina a todo el
mundo sin pedir disculpas y solo sonriendo mucho cuando alguien les grita:
¡Bravoooooo!
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